Vota por mí
Con frecuencia se reciben a través de las redes sociales, peticiones para emitir votos a favor de personas, fotos, pinturas, escritos y otras obras que participan en concursos; pero en buena parte de las ocasiones, esas solicitudes no se basan en una real opinión sobre lo votado, sino en la “solidaridad”, la amistad, el parentesco o la simpatía. Muchas veces no se conoce a la persona por quién se va a votar, porque es el hijo de una amiga, el vecino de un primo o el nieto de alguien a quien ni siquiera se le puede seguir el rastro. El motivo de la solicitud generalmente es ganar un concurso cuyos premios pueden ser dinero y/o reconocimiento; sin embargo muchas veces existen razones adicionales subyacentes.
El filósofo Gilles Lipovetsky afirma que a cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria, a quien reinterpreta según los problemas del momento; así sostiene que Narciso es el símbolo de nuestro tiempo. La tragedia de este personaje consiste en ser amado por todos en razón de su belleza física, pero incapaz de amar a nadie, tampoco puede conocerse a sí mismo, lo que termina costándole la vida.
Siguiendo esta idea, Lipovetsky señala que el imperativo social en la actualidad es gustar, emocionar y seducir, siendo pocos los ámbitos excluidos; de este modo, la economía, los medios de comunicación, la política, la educación y el arte, se encuentran bajo su dominación. Él indica que gustar es actualmente el centro y la fuerza que estructura la vida colectiva e individual, gustar a los otros y gustarse uno mismo; sin embargo, la seducción ha estado presente desde finales de la Edad de Piedra; son sus ritos y normas los que han variado a través del tiempo.
Gustar a toda costa parece ser la orden de esta época, por lo que vale todo con tal de lograrlo. Pero ¿Qué obtiene realmente quien pide el voto? Depende de las características del solicitante.
Al margen del premio obtenido en el concurso, quien pide el voto favorable puede ser alguien con baja autoestima que requiere con urgencia de reconocimiento; pero desafortunadamente para el solicitante, el logro de esta aprobación momentánea tiene un efecto efímero, por lo que seguirá cargando con su falla de amor propio.
Por otra parte, quien pide el voto por las mencionadas razones de amistad, simpatía o solidaridad, niega al otro su libertad de elección, impidiendo además una valoración honesta de la obra o persona por quien se ha de votar. Aquí se entra en el terreno de lo psicopático pues al solicitante no le importa cómo obtiene el voto, solo le interesa lograrlo; de manera que en este caso, ni siquiera se trata de gustar, emocionar ni seducir, sino de ganar el premio.
Los avances tecnológicos y las redes sociales se sirven y al mismo tiempo son instrumentos para incrementar este imperativo de gustar, pues facilitan el contacto permanente con otros, de quienes se espera aprobación y valoración mediante un “like”.
Para gustar hay que seducir y esto ha sido considerado tradicionalmente como sinónimo de trampa con la finalidad de controlar al otro, pero no necesariamente es así. Al quedar seducidos por alguien o algo, no significa obligatoriamente que estemos siendo engañados, simplemente esa persona u objeto seductor se conecta con deseos y características nuestras y nos mueve a la acción, lo que en palabras de Lipovetsky implica que la seducción es fuerza impulsora, que nos saca de la inercia y la insensibilidad.
De ningún modo es reprochable que esperemos reconocimientos por una obra realizada, mucho menos que nos gustemos a nosotros mismos, pero es importante estar conscientes de las razones por las que se pide o se da un voto, se espera o se da una aprobación; se debe siempre respetar la libertad del otro, la autenticidad de la opinión que se emite y con ello, el valor de la persona u obra que se califica.
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