La política y la petición de principios

Por Juan Luis Landaeta

@modaypueblo

 

 

 

Recientemente y sin tener claro por qué, di con la fecha de la “invención” del basquetbol tal y como lo conocemos. Reparo en el detalle del “tal y como se conoce” o practica, porque los deportes son una excelsa manifestación de lo que es un acuerdo, o sin más, de las reglas que se asumen con un mismo fin. Terminado el tiempo de juego, las gradas serán desocupadas, se apagarán las luces y los equipos volverán a casa. Mañana será otro día.

 

Esta analogía responde a una situación que siento actual en algunos sistemas democráticos de Latinoamérica: la trampa del principio. A mi juicio, nuestros sistemas padecen en términos lógicos, fuertes vicios en la “petición de principios” esto sería como cité arriba, qué es el básquet, dónde se juega, cómo se gana y cuándo termina. En Venezuela hoy se vive a diario este ejercicio filosófico casi en su reducción al absurdo. Es imposible llevar a cabo una actividad si en el caso del baloncesto, a mitad de tiro, un jugador cuestiona el ancho de la cesta, la estatura, el número de jugadores y el color de la camisa que distingue su equipo. El tipo va, tira el balón y reclama unos tacos y un guante. Se desnuda. Anuncia que ninguna franela lo representa, cuestiona quién impuso que el recinto debía tener esa extensión. El juego no sigue. El tipo además saca un encendedor y prende fuego al tablero que, paranoicamente “lo persigue con sus cifras”.

 

No es de asombrar pues, que en el caso de Venezuela (con amenaza de traspaso a otros modelos “pares” de la región) el ejercicio de la política se haya convertido en una triste obra de improvisación, legitimación y deslegitimación de espacios, instituciones y consignas. La política hecha una madre que a diario cuestiona si por el hecho de haber albergado a sus engendros nueve meses en su seno, debe considerarlos hijos suyos.

 

De si el país está bien o está mal, a si Venezuela es finalmente una República federal, si la herencia bolivariana nos une a todos o por el contrario, nos tiende una opción única y fundamentalista de qué somos y cómo debemos serlo. Indistintamente de ello, todos los días se tienen proyectos reformistas del absoluto, “es que lo que hay que cambiar”, gestos y propuestas que no terminan sino en volver a cuestionar las formas de nuestra democracia, una vez más la relación del poder y los pueblos, pasando, desde luego a la relación entre partidos en democracia. Es una discusión de pañales. Es imposible el avance si a diario se discute el punto ínfimo de partida. Quiénes son venezolanos y quiénes no, quiénes “merecen” opinar, legislar, declarar, quiénes representan mejor la herencia bolivariana y quiénes no.

 

Bolívar, en el discurso de la tan manida cita de la ignorancia y el instrumento propio de la destrucción también dice: “por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición… adoptan como realidades, las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia” pues bien, creo que ese padecer que Bolívar alega, como un yugo, sigue en nuestros días. Una vez más, la fuerza no es poder y muchísimo menos gobierno. El primer requisito para que haya un diálogo u concilio en democracia, es que se presuma la necesidad de que se conciba acuerdo alguno.

 

En la región, con tantos antecedentes militares y dictatoriales, como en Venezuela, necesitamos concebir gobiernos o figuras de autoridad capaces de retomar un rol casi olvidado: el suyo propio. Platón concebía la incursión en las funciones de los otros como un evidente ejemplo de injusticia. En democracia la tolerancia y el contrario son elementos imprescindibles, ninguno de los oponentes puede prescindir de la presencia del otro. No se puede tomar la “propiedad” que aparente y totalmente pueden dar las mayorías electorales para excluir y mutilar. Nadie que en efecto pretenda que se practique básquetbol en el futuro pretende iniciar un juego destruyendo la cancha. O jugando solo. Sin reglas no hay política. Ni democracia.

 

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