Normalidad socialista

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

En los últimos días se han hecho ingentes esfuerzos para que los venezolanos vuelvan a la calma. Autoridades de colegios y universidades han hecho llamados al retorno a las aulas bajo la amenaza de posible pérdida del año académico y la intervención de las instituciones educativas por parte del régimen. En el mismo sentido las oficinas y lugares de trabajo han intentado retomar los horarios laborables y los códigos de vestimenta regulares.

 

Se asume, cual hombre en medio del despecho, que la vida continúa a pesar del dolor y el sufrimiento. Y que si bien las protestas conmocionaron al país y le arrojaron grandes pérdidas tanto humanas como materiales, sus objetivos ya fueron cumplidos y toca seguir adelante y sobrevivir mientras se pueda a través de la vorágine que hoy reina en Venezuela.

 

Quienes así razonan plantean que al final todo parece encausarse hacia el camino de la institucionalidad. Los gobiernos amigos mediarán, el régimen nombrará nuevas autoridades, flexibilizará un poco –y bajo cuerda para no herir a sus bases comunistoides– los rígidos controles económicos y seguiremos conviviendo hasta quién sabe cuando dentro de esta forma de interrelación característica de Venezuela durante los últimos 15 años.

 

Llegados a este punto nos preguntamos si realmente es esto lo que queremos para nuestro país. ¿Es que acaso la solución a nuestros problemas consiste en la connivencia con un sistema de gobierno abiertamente contrario a la noción del bien y la justicia? Esta pregunta no tiene respuesta sencilla, pero la aproximación a su resolución pasa ante todo por un tema ético. ¿Es ético oxigenar al régimen venezolano para preservar una ilusión de paz?

 

Si algo ha demostrado el gobierno venezolano es que no respeta las reglas del juego, el valor de la palabra y el código del honor. Cuando le apetezca y sin mayor excusa irá por las universidades –y sus autoridades pro establishment– sin tregua. Utilizará cualquier excusa barata, como la migaja de un happy brownie de marihuana regada en un estacionamiento universitario o el mensaje cifrado que presuntamente tiene el lema de la institución educativa.

 

La gama de pretextos es infinita y no habrá que hacer muchos esfuerzos para provocar al régimen, puesto que es la propia idea de libertad, del libre desenvolvimiento de la conducta humana, la que se hace intolerable e incompatible con la vocación de dominio total característica del sistema venezolano, cuyos ideales, y esto hay que repetirlo hasta el cansancio, solo pueden lograrse a través de poderes totalitarios.

 

Quienes hoy abogan por un país distinto enfrentan de este modo un doble reto: desafiar al gobierno venezolano –con todo el poder coercitivo que tiene y lo que ello implica para el ciudadano en rebeldía– y, al mismo tiempo, al sector apaciguador de quienes dicen adversar al gobierno de Nicolás Maduro pero que, de forma incomprensible, parecen apostar por la buena fe de su administración y al mismo tiempo soportar estoicamente la degradación constante a la que se someten los venezolanos en su vida diaria gracias a las políticas socialistas ejecutadas por los poderes públicos bolivarianos.

 

Tal vez convenga recordar en este momento que varias decenas de personas han perdido la vida –sobre todo jóvenes– luchando por lo que creían desde que se iniciaron las protestas. Muchos otros han sido violados, ultrajados, despojados de su dignidad. Incluso ciudadanos ajenos al conflicto han sido pisoteados por la mezquina actitud del régimen. Por ellos y por nosotros no podemos claudicar. Muchas cosas han pasado en nuestro país como para plantear con ligereza el retorno a la normalidad socialista que en el fondo no es más que la prolongación de la moral del esclavo. Y ningún venezolano está llamado a ser esclavo. Su sueño es la libertad.

 

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