Agenda en tres actos

Por Gabriel Reyes

@greyesg

 

 

 

Como si de una composición, rebuscada en su diseño, complicada en su lectura, hipnotizante en su ejecución, pero desconcertante en su cadencia compartimos todos los venezolanos la «ópera prima» de este nefasto período de creación destructiva que nos tocó vivir.

 

Suena con chirridos casi destemplados, melodía atorrante, una apología al patrioterismo que pretende que todos los venezolanos, los que tienen patria y a los que decidieron ellos que ya no la tenían, sucumban ante la motivación forzada de un acto personalísimo de firma de un panfleto que reclama abiertamente por el endose automático que nos otorga el gobierno a las sanciones no menos personalísimas que un gobierno extranjero aplicó en su territorio contra un grupo de venezolanos que no tienen como explicarle, ni al país que sanciona, ni al gobierno que los empleó ni a los venezolanos, sus conciudadanos, las oprobiosas fortunas que amasaron en ese remoto paraje o en otros no menos remotos que comienzan a descubrirse por presión internacional contra los reconocidos delitos de blanqueo de capitales y las eventuales actividades asociadas a este flagelo como lo son el narcotráfico y el terrorismo. 

 

Esa melodía pudo sonar mejor si en vez de ser interpretada en tono patriotero, hubiera sido entonada en el patriótico donde se escucharían las trompetas valientes de los militares, comprometidos con su función primordial de defender nuestra soberanía territorial y reclamaran en tono activo y presencial, el despropósito que sufrimos en nuestro Esequibo por el aprovechamiento de un gobierno «amigo» que pretende despojarnos de nuestros recursos y espacios, ante el silencio cómplice de quienes juraron ante Dios y la Patria dar su vida por la defensa de Venezuela. Esos músicos y sus costosos instrumentos se perdieron en esta destemplada iniciación de la obra en cuestión.

 

Luego de este incómodo pero necesario acto, hermoso pasaje que delata la complicidad de los fariseos que nos atormentan con sus destemplados cánticos de dignidad acomodaticia, entran en escena los integrantes de una coral que mientras más ensaya peor suena, esa que trata de hacernos creer que su original pieza «Unidad» suena mejor en silencio. No han podido concebir nada concreto que materialice el proyecto de país alternativo que todos necesitamos y plantean divisiones estériles alrededor de la interpretación fútil de las diferencias entre «cambio» y «transición». Para quienes la semántica es más que la sintaxis, esta diferencia divide a quienes quieren un sonido diferente y no nos divide en dos, nos divide en tres, los del cambio, los de la transición, y los que se cansaron de sus divagancias, estos casi no suenan pero cada día son más y se nutren de los arrepentidos del grupo oficialista.

 

Pero hay una música de fondo, un compás casi inaudible pero constante, que tal vez sea el más ordenado elemento de todo este escenario, el que es interpretado desde lejos, por quienes ven a la tierra de nuestros hijos como el paraíso para el tráfico, para la guarida del terrorista, para la venta de la chatarra bélica, para los préstamos desiguales, para el oro fácil, para el lavado de conciencias y para el experimento político, exportable a otras plazas cercanas. Ese sonido, cada vez más ruidoso dentro de su perfil intencionadamente bajo, no es el que causa el interés de nadie entre nosotros, pero sí en los actores internacionales diestros en el manejo de instrumentos poco apreciados por los nuestros como los Derechos Humanos, la Transparencia Internacional o la Justicia en Democracia. 

 

Este sainete, tragicomedia del venezolano, quien es considerado el más feliz del mundo en el territorio más violento del planeta, donde ganan menos de un dólar diario para comprar los alimentos y medicinas que no existen, continuará en su desarrollo, anárquico y desconsiderado como su esencia misma, con una representación diferente cada día, en un estricto orden inexistente, a la espera del milagro que no ocurrirá, a la espera del Mesías que ni siquiera fue anunciado, hasta que comprendamos que la verdadera Agenda que todos necesitamos es la solución de nuestros problemas domésticos, el rescate de los valores democráticos y la reconstrucción de nuestras instituciones públicas para garantizar la Soberanía en todos sus aspectos. Esa es la agenda que dos de cada tres venezolanos desea y es la que no podemos negarnos nosotros mismos. 

 

Trabajemos por el rescate de nuestra dignidad separando los ruidos ensordecedores del desafinado canto gobiernero y afinemos los instrumentos del valor, del criterio ilustrado, del amor a la libertad, y a la única agenda que nos une a todos: ¡Venezuela!

 

Amanecerá y veremos…

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Guayoyo en Letras