¿Quién se distrae?

Por Alfredo Yánez Mondragón

@incisos

 

 

 

Los elementos distractores crecen como el monte. La tentación, aparentemente, es muy fuerte como para dejarlos secar en medio de una realidad que golpea con insistencia. Desde la invención de aquella estratagema del “Pan y circo”, eso ha sido así. La pregunta que habría que hacer por estos días es. “¿Quién se distrae?

 

Será que de tanto mentir, manipular y jugar al chantaje, quienes mienten, manipulan e intentan chantajear se han creído sus mentiras, se han vuelto maleables y han debido ceder a los caprichos de aquellos que experimentan como Pavlov, salivando ante unos anuncios inverosímiles, solo posibles en salas situacionales y comités de estrategia.

 

Los venezolanos que hacen cola cada día (cédula mediante, o no) difícilmente se distraen ante la situación. Son ellos los que la hacen evidente, son ellos los que la padecen, los que dan cuenta de que no hay tentación capaz de apartar el cáliz de amargura que sobrepasa la cuaresma y que tras 16 años de pesadumbre pareciera ser el modo de vida.

 

La inflación, la escasez, la inseguridad (en cualquier orden), el abuso, la represión, el descaro, la incapacidad, la ineficiencia, la degradación de lo público, la negligencia… ¿son elementos de distracción? Difícilmente, aunque cuando la gente hace uso de su derecho para reclamar, los especialistas en la evasión política; siempre atados a la próxima elección, arguyan que no es momento para levantar la voz, en función de no distraer el único objetivo que les interesa.

 

Maquiavelo sostiene que el fin justifica los medios; y en ese sentido algunos actores político-partidistas parecen inferir que la distracción mayor, fundamentada en un carnaval electoral teñido de normalidad, es un fin distractor, que podría justificar el silencio, la sumisión y la mansedumbre frente a todas aquellas “distracciones”, que vistas como argumentos inefables, podrían entenderse como medios no utilizados; ni mucho menos valorados como estrategia de objetivo práctico.

 

La derogatoria de un decreto; ni aquí ni allá, resolverá la crisis económica, ni la social, ni la jurídica. No devolverá el dinamismo de la balanza de pagos, ni evitará el derramamiento de sangre. Allí no hay distracción ninguna. Allí, en cada solicitud de ese estilo, lo que hay es argumento desperdiciado, para entender que quienes se distraen son otros, que quienes pretenden evadir la realidad están fuera de la cola, sin cédula y sin necesidad.

 

Se distraen los que pretenden que la vida del venezolano gira entorno a un voto, en torno a una promesa, en torno a una discusión bizantina respecto a cuál método de selección es mejor para satisfacer las ambiciones individuales o grupales, por encima de los padecimientos reales de la sociedad.

 

Está claro que la fijación de los ciudadanos en sus requerimientos básicos no les permite distraerse en fábulas de candidaturas o de soluciones mágicas, a partir de tal o cual resultado comicial. La resolución democrática, labrada desde la confianza y credibilidad en el voto, está muy lejana; entre otras cosas, porque los métodos que hoy se utilizan; apelan a la distracción; y como ya se ha dicho líneas arriba; la situación es muy crítica como para caer en la tentación de esas distracciones prefabricadas, que se alejan de la verdad; esa que se cuece a fuego lento.

 

Los elementos distractores crecen como el monte; y como tal habrá que arrancarlos de raíz, para descubrir luego, sin que haya tentación, una posibilidad real de objetivo común; con participación y representación; apegado a la realidad, a fin de hacer un país que no admita –o en el peor de los casos, que advierta- a los distraídos.

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