Herida de guerra

Por Alfredo Meza

@alfredomeza

 

 

 

Que quede claro: los controles de cambio terminan siendo nefastos para cualquier economía. El noble propósito que al que supuestamente sirve –evitar la fuga de capitales- es una gran falacia. Acaba de publicarse un trabajo académico del economista Miguel Ángel Santos que demuestra que en tiempos de controles el dinero se escapa en mucha mayor cantidad que en los períodos donde ha habido libre compra y venta de dólares. De los últimos 30 años ha habido cuatro lustros de controles con resultados desastrosos. Los controles terminan siendo una fábrica de pobres. ¿No es esa conclusión acaso el mejor ejemplo de nuestra histórica imposibilidad de ser prósperos?

 

Pero en todo caso no será esta una columna para quebrar una lanza por la libre iniciativa y la intromisión mínima del Estado, sino una oportunidad para hablar sobre la equidad en tiempos de controles. ¿No es acaso el fin último de los controles asegurar que todos puedan tener acceso a bienes y servicios? ¿No es ese el mantra del chavismo para lograr la equidad? La decisión de recortar las asignaciones vía Cencoex para los venezolanos es, entonces, una grave operación de segregación política. Pensemos por un momento en las personas que vieron partir a sus hijos durante la oscura noche chavista, y que podían volver a verlos una vez por año cuando viajar a este país no era la empresa de Sísifo que es hoy.

 

El gobierno de Maduro no solo creo las condiciones para empujar lejos de los suyos a cientos de jóvenes venezolanos, sino que ahora está impidiendo la posibilidad de reencontrarse estableciendo una diferenciación: los dólares subsidiados –que son, ciertamente una aberración, pero eso es otro tema- solo son para los amigos del régimen. Para los militares corruptos y los empresarios de maletín que reciben dólares a 6.30 por importaciones falsas y sobrefacturadas. Los culpables de la grotesca fuga de capitales, según ese razonamiento, parecen entonces las personas que una vez al año viajaban desde Caracas para reunirse con sus familias en el exterior. Ese razonamiento es otro ejemplo de la ruina moral del régimen.

 

Durante la mañana del viernes, mientras hacía en el supermercado una larga cola para abastecerme de jabón en polvo y papel higiénico, escuché toda clase de imprecaciones contra la más reciente medida del gobierno de Maduro. Pero también escuché el llanto quedo de una señora mayor que le contaba a otra la pena que sentía. “Ahora cómo voy a hacer para visitar a mis hijos. No hay pasajes para salir de aquí y ahora esto”. Desde entonces no he podido dejar de pensar en su disimulada tristeza y en las cientos de familia que verán espaciarse sus reuniones. Quizá la mayor tragedia de todos estos años no sea la descapitalización intelectual de Venezuela, sino la herida de guerra que este régimen ha dejado en el corazón de los venezolanos al separarlos geográficamente y a dividirlos por razones políticas.   

 

(Visited 41 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras