Una guerra de exterminio

Por Tulio Álvarez

@tulioalvarez

 

 

 

En el mundo se producen diversidad de conflagraciones, enfrentamientos de todo tipo y calibre. El derramamiento de sangre parece ser una manifestación singular de la humanidad aunque el solo decirlo nos lleve a una contradicción en los términos. Entre los conflictos existentes encontramos aquellos que derivan del impulso de imponer al otro nuestras propias convicciones lo que nos llevaría al terreno de la intolerancia porque, cierta categoría de personas, no admite que aquellos que piensan distinto tengan el mismo derecho de profesar sus convicciones.

 

En la Venezuela del Siglo XXI abunda esta fauna. Oscar Schemel, excelente analista y mejor pronosticador, acaba de afirmar que el chavismo ganó la lucha de las ideas y que la revolución no se acabará aunque se pierdan elecciones. Al oírle no pude evitar valorarlo, más allá del aspecto técnico, como un hombre sumamente generoso. Eso de atribuirle a ese sesgo la defensa de un conjunto coherente de ideas es una señal indubitable de su magnanimidad. Ni que decir de lo que significa otorgarles una victoria en el plano del debate político.

Pero para despejar cualquier duda, tuve la oportunidad de preguntarle sobre el contexto de su afirmación. No me quitaba de la cabeza la posibilidad de un toque irónico, hasta humorista, al querer plantear que en este tiempo todavía es factible un intercambio ideológico. Pero no, en El Manchego, él me confirmó que lo dijo en serio, es una opinión fundamentada en estudios serios de opinión que parte de la existencia de un discurso definido que se nos ha impuesto a los venezolanos desde hace bastante tiempo. También se compadece con una matriz de opinión que quiere consolidar el régimen: Simplemente, en la oposición no existen propuestas o alternativas al menú que estamos obligados a digerir, desde hace más tiempo del que los recuerdos puedan soportar.

 

Aunque en lo personal tenga yo claro que se hace imposible una «batalla de ideas» entre el chavismo y las fuerzas democráticas, la realidad me lleva a admitir que si definimos como discurso ese mismo que deriva de una cultura de la muerte, aquel en que la instigación al odio es el centro del pensamiento, realmente los rojos han llevado al pueblo venezolano a ese escenario de violencia. Convirtieron una sociedad tolerante y libertaria en un reino de prejuicios, radicalismo y sufrimiento. Han ganado la batalla, lo dicho por Oscar es una verdad verdadera.

 

El nuevo hombre revolucionario, el que depreda y destruye a este país, es un producto evidente de un pensamiento anodino, gangrenoso, simulador, farsante, esquizoide, alienante, prejuicioso, asqueante, rencoroso y sádico que se transmite epidémicamente en los medios oficiales y los que han sido comprados con el dinero de la corrupción. Además, es común que se insemine al pueblo masivamente en cadena nacional o en horarios estelares para que no existan dudas de que se trata de una línea oficial. Son memorables los espacios que ciertos “líderes comunicacionales” llenan todos los días de calumnia, mentiras e incitaciones de todo tipo.

 

Para ser justos con nuestros salvajes, los mensajes que se transmiten aquí no son de factura nacional. Estos ni siquiera tienen el beneficio de la originalidad. Se trata de una táctica añeja que justifica la destrucción sistemática que ejecutan los comunistas con presuntos enfrentamientos: Norte-Sur, Oriente-Occidente, explotados-explotadores, patriotas y traidores; cuando la verdad es que ellos representan la inhumanidad frente a la Civilización. Fijémonos en la alharaca que armó la internacional de las izquierdas trasnochadas con el referéndum griego y como los presuntos radicales firmaron sin aspaviento una claudicación incondicional. Los legisladores griegos aprobaron la ley que contiene las medidas de austeridad sugeridas por la Unión Europea.

 

Sus predicas no pueden ser más hipócritas. Por ejemplo, Piedad Córdoba, con la autoridad que le da su condición de vocera de las FARC, afirma que “en Venezuela no se violan los derechos humanos”. ¿Cuál puede ser su autoridad para opinar así sobre un país que no es el suyo? La que le da el pago recibido de la cofradía de depredadores que gobierna aquí. Otro caso, Rodríguez Torres hace llamados de paz como si fuera un secreto la identidad de quienes armaron a las bandas paramilitares del régimen. El Usurpador afirma sin pudor: “Todas aquellas bandas que quieran rendirse, háganlo ya”. Antes los llamaban Círculos, después Colectivos, ahora que no responden líneas políticas y actúan acordes con su naturaleza, solo ahora, son bandas delincuenciales que se tienen que rendir.

 

El mismo día en que El Aissami admitía que el programa nacional de entrega de armas fracasó se ejecutaba un operativo policial en la Cota 905 que terminó en 15 muertos y 134 detenidos. Y una investigación del CICPC y los mismos estudios del Gobierno han confirmado que el 85% de los proyectiles usados en tiroteos de las famosas bandas son manufacturados y vendidos por CAVIM. Por eso, para la mayoría de los que vemos el espectáculo, ese tipo de operativos son más bien ajuste de cuentas entre delincuentes por el mercado del tráfico y el secuestro.

 

Solo falta que esta guerra entre delincuentes rojos sea también calificada como un enfrentamiento ideológico. La verdad es que la tragedia que nosotros vivimos no tiene contenido intelectual. Se limita a una lucha por el botín. Y ese premio inmerecido se llama Venezuela.

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