Agenda convulsa para un país demasiado tranquilo

Por Gabriel Reyes

@greyesg

 

 

 

Cualquier analista internacional quedaría perplejo si solicita la agenda pública del momento y encuentra un país acosado por la segunda tasa de homicidios más alta del mundo, donde los delincuentes se baten con las fuerzas del orden público de día y con el rostro al aire, con fusiles y granadas. Ese mismo país mantiene en el secuestro y el robo de vehículos una industria de eventos incesantes, de complicidades vergonzosas, que somete a la población en sus casa y saliendo con paranoia. Los atracos y arrebatones no extrañan a nadie porque son de rutina y el gobierno intentará su décimo octavo plan para convencer a la gente de que estamos a salvo gracias a su acción ejemplar. 

 

Si este analista sale a la calle encuentra comercios desolados de mercancía y repletos de necesitados hombres y mujeres que tratan sin éxito de estirar su menguado salario para hacerse de los insumos básicos del hogar, esos que se venden por número de cédula y son racionados de manera arbitraria. Bastaría que el visitante se quedara una semana para que sintiera el latigazo implacable de la inflación de dos cifras que iguala al triple de un año completo en su país de origen. La cesta básica son siete salarios básicos con lo que convierte a la mayoría de los hogares venezolanos en potenciales víctimas del hambre y la desnutrición, aunque la FAO diga lo que diga.

 

Acceder a un vehículo usado o a una vivienda son ilusiones que ya nuestros jóvenes no se plantean porque representan miles de salarios haciendo de los proyectos de vida de las generaciones de nuevos profesionales sólo factibles en otro país a donde desesperadamente tratan de llegar luego del peregrinar de autenticación de sus documentos.

 

Enfermarse está prohibido donde no se consiguen medicinas básicas, menos las especializadas, donde la salud pública es inexistente y la privada inalcanzable. Nadie conoce el destino del dinero del Seguro Social, impuesto que pagamos los venezolanos sin retorno alguno cuando accedemos a un sistema de salud que no tiene ni gasa para sus pacientes. Ni hablemos de los otros entes que se apropian de parte de ese diluido salario y no entregan nada a cambio.

 

La corrupción campea por nuestras calles en camionetas de cien mil dólares para un país de doce dólares de salario mínimo, donde los restaurantes repletos cobran medio salario por un plato y no se dan abasto para satisfacer a la verdadera oligarquía que vive en la burbuja del dinero mal habido de la cleptocracia gobernante.

 

Y todo esto enmarcado en la gestión alienante de un gobierno asfixiante que ha generado un latifundio radioeléctrico para construir mensajes que buscan convencer de lo irreal a un pueblo sacudido por su día a día, con tragicómicos personajes y eventos para evadir la responsabilidad del desastre al que nos han llevado y siempre culpando a terceros por lo que no hicieron ni podrán hacer bien: gobernar.

 

Si esto sucediera en otro país, no se qué estaría pasando, pero en Venezuela, ante este cuadro de caos generalizado, el ciudadano, despojado de sus derechos, tratado como habitante sin perspectivas, se adapta a uno y otro cambio, a una u otra situación, buscando sobrevivir como Darwin nos enseñó, sin exigir porque o perdió las esperanzas de que sus reclamos sean escuchados o tiene miedo que su voz comprometa su libertad.

 

Esta agenda convulsa que he resumido, obviando muchos detalles, ocurre en un país demasiado tranquilo, porque está convencido de que la paz no produce muertes, al menos eso es lo que se repiten para creerlo. Este país que poco a poco languidece en un proceso de empobrecimiento colectivo generalizado, se entumece esperando el milagro del progreso, pero a partir del sacrificio de terceros, porque muchos de los que invocan con esperanza ese cambio esperan que sean otros los que tomen los riesgos de reclamar sus derechos y sus sueños robados para devolverles la claridad a sus vidas.

 

Este 6D tenemos una oportunidad de brindarle a los venezolanos una luz que ilumine su camino en el tránsito hacia un porvenir diferente, hacia una ruta de dignidad, hacia cambios profundos que desmonten esquemas autoritarios de hegemones corruptos que nos robaron nuestro dinero y nuestro futuro.

 

Debemos organizarnos para comprender la importancia del voto, para asistir masivamente y para defender la voluntad de un pueblo que se expresará, sin lugar a dudas, pidiendo a gritos un viraje en nuestro destino, una nueva senda en nuestro camino, un nuevo norte en nuestro derrotero que nos lleve a aguas tranquilas donde realmente podamos dormir serenos porque la agenda es positiva.

 

Amanecerá y veremos…

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