Ilógica del ascensor

Por Mario Guillermo Massone

@massone59

 

 

 

Dos cosas no pueden ocupar el mismo espacio en el mismo instante. Si un receptáculo contiene un líquido, digamos, un vaso de agua, y lo queremos llenar con otro, no podemos hacerlo sin antes vaciar el que de antes se encuentra allí contenido.

 

Como espectador de lo que ocurre en Caracas, sobre todo, de lo que ocurre en nuestra vida social, la actual, la de este instante vital del año 2015, en relación con los usos y costumbres de la ciudad, de sus ciudadanos cuando caminan, me he topado con un fenómeno que no deja de fijar mi atención en él. Porque el comportamiento de la gente es a veces y es siempre curioso. Pero hay circunstancias que nos llevan de la curiosidad a la intensidad del asombro.

 

Montarse, elevarse y descender en un ascensor es una experiencia cotidiana para muchos de nosotros que puede pasar desapercibida y parecernos un instante sin interés. Pero para quien tiene la mirada en la existencia, con consciencia del instante vital, puede, por el contrario, serle todo un objeto de observación. Es para mí un laboratorio social.

 

Cada vez es más recurrente un hecho que no me canso de mirar atentamente cuando espero entrar en un ascensor o cuando espero salir de él. Por razones de las leyes de la física, como la del vaso de agua que se desea llenar con otra, lo que está adentro debe primero salir como precondición de llenar el receptáculo con lo que está por entrar. Se trata de una sustitución tempo-espacial. En el ascensor, lo que está adentro y que está por salir, es son en realidad quienes están adentro y que esperan a que se abra la puerta para salir. A las afueras del ascensor, otro grupo de quienes está apostado en lo que para ellos es la entrada, pero que para los otros es la salida. Éstos quieren llenar, en un chispazo de futuro, el mismo espacio que en el instante presente ocupan aquéllos.

 

En la vida social del ascensor caraqueño, las cosas han cambiado, debo decir, para peor. Pues no sólo se van evaporando las buenas maneras de la gente, sino que hay asombrosas manifestaciones de conductas que van en contra de la naturaleza física de las cosas.

 

Planta baja. Abre la puerta del ascensor. Dos grupos de gente se encuentran el uno frente al otro. Uno quiere entrar y el otro salir. ¿Qué ocurre? ¡Ambos realizan su acción en simultáneo! Como diciendo: “¡Pero si da igual!”. Quienes desean salir y quienes desean entrar lo pretenden hacer a la vez. Los que están por entrar, ¡pretenden ocupar el mismo espacio que los que quieren y no pueden salir!

 

Además de por asuntos de la física, hay un asunto de educación. También de estética. El desmejoramiento de nuestras condiciones de vida, la exposición a un proceso de animalización que no es otra cosa que la deshumanización, afecta todos los espacios y ámbitos de nuestras mortales existencias. Y la vida de las colas lo reafirma y reafirma conductas sociales que son dañinas a la vida civilizada. Se abre una puerta y entra la gente corriendo en desespero, compitiendo por una harina pan.

 

Ahora, cuando se abre la puerta de un ascensor, no competimos por ver quién se queda con algo entre las manos. No hay tan siquiera un motivo animal, un instinto de supervivencia, que nos compela a entrar desbandados y a toda costa en un ascensor, sin dejar que primero salgan en paz quienes se encuentran ocupándolo y con miras a desalojarlo. ¿Entonces por qué ocurre? ¿Conductismo? ¿Racionalidad perdida? La vida social desde un ascensor, dice mucho de nuestras circunstancias, por ilógicas que resulten.

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