La doble inhabilitación de María Corina Machado

Por John Manuel Silva

@johnmanuelsilva

 

 

 

Dos prejuicios que han caracterizado a los liberales de esta parte del mundo han sido su repulsión por la actividad política y cierto determinismo cultural, lleno muchas veces de una improductiva arrogancia.

 

Es comprensible que los liberales, quienes aborrecen por principio al Estado, sientan repulsa a la actividad política, siendo ésta el ejercicio de una profesión cuyo fin último es el acceso al poder, es decir, al Estado. Incluso Von Mises se oponía a la creación de partidos liberales, debido a que pensaba que el liberalismo era un compendio de principios que debían integrar a toda la sociedad en su conjunto y que no podían sectorizarse en un partido en particular. De entrada, estoy de acuerdo con ambas cosas: por un lado, es cierto que las personas debemos sentir una saludable repulsa al Estado y sus agentes, los políticos; el objetivo de los liberales no debe ser acceder a la burocracia estatal, sino por el contrario, producir riquezas, crear bienes y servicios y generar puestos de trabajos. En pocas palabras: los liberales deben vivir como liberales. Y por otra parte, también estoy de acuerdo en que los principios básicos del liberalismo no son propiedad de una parcela política en particular, sino que son la base de cualquier sociedad medianamente funcional; el libre mercado, la propiedad privada y un Estado reducido con gobierno limitado no es algo que le competa a un grupo, son simplemente las condiciones mínimas bajo las cuales puede funcionar cualquier país que aspire a un mínimo de progreso y modernidad. 

 

Pero una cosa es el mundo ideal y otra el mundo tangible en el que vivimos. Siento que un mundo dominado por el estatismo, y donde los estatistas (de izquierda y de derecha) tienen tanto poder político, además del control de los gobiernos y los estados, la pelea política es ineludible. El Estado no se va a reducir solo, los gobiernos no se van a limitar solos, eso debe ser parte de una propuesta política de los liberales, quienes no pueden dejarle el escenario político a los partidos estatistas para que sigan haciendo de este un mundo más burocrático y cerrado al sector privado.

 

Lo que me lleva al segundo prejuicio:  el determinismo cultural. Si los liberales sienten que la lucha política no vale la pena, muchos lo piensan de manera particular y se expresan con cierto desprecio hacia latinoamerica, continente al que acusan, no sin razón, de estar siempre del lado del populismo, el socialismo y el estatismo más nefasto.

 

No deja de ser verdad esto, pero lo que no comparto es el prejuicio que se escucha de boca de muchos liberales, según el cual este pedazo de tierra donde nacimos millones está jodido, condenado a vivir siempre en el atraso, porque sus pueblos tendrían algo así como una condición genética que les impide abrazar la libertad. Este prejuicio, que hasta ciertos dejos de racismo tiene en su concepción, parte de una prepotencia que mantiene a muchos liberales frustrados: quieren que el mundo cambie, pero creen que los cambios se producen solos, que no hay que construirlos, generarlos y potenciarlos.

 

En tal sentido, y para resumir, creo que los liberales deben integrarse a la lucha política, que aunque Von Mises tuviera razón en torno a la no constitución de partidos liberales, estos deben existir, accionar en la esfera pública y buscar el poder para reducir y modernizar los estados, limitar los gobiernos y generar espacios para el surgimiento de la empresa privada y la iniciativa individual. Y si esto es necesario en el mundo, lo es más en los países latinoamericanos, donde muchas veces nuestros pueblos se ven condenados siempre a elegir al menos malo de sus verdugos, al menos cruel de quienes los estatizarán y controlarán a lo largo de sus vidas. En el caso de Venezuela, además, creo que la existencia de un partido liberal es casi un asunto existencial.

 

Por todo esto es que la figura de María Corina Machado luce tan singular a la hora de entender el escenario político venezolano.

 

Es una mujer, de clase alta, educada y que comenzó, también, en redes alejadas de la política. Poco a poco, luego de conducir organizaciones de beneficencia sostenidas con fondos privados, y luego de un largo activismo en ONG`s, decide incursionar de lleno en la política, se convierte en la diputada más votada a la Asamblea Nacional (con todo lo que eso implica para alguien que se postuló sin maquinaria partidista), y protagonizó una precandidatura presidencia absolutamente inédita en la historia politica nacional al ser la primera candidata a la presidencia capaz de proponer al capitalismo como la opción para salir de la crisis y reconstruir el país luego de años de dominio socialista. Su consigna en aquella campaña, capitalismo popular, condensaba una irreverencia provocadora, no solo al proponer que el capilismo era la salida sino que podía ser popular, cercano a los más humildes. Esto fue una estrategia política y comunicacional, dirigida a vencer esa errada creencia de que ser capitalista es defender a unos cuantos millonarios que quieren un mundo sostenido en la explotación, cuando en realidad el capitalismo busca la masificación de la riqueza para producir la única igualdad que existe en realidad, y que no es esa falsa igualdad socialista en la que todos somos pobres y tenemos lo mismo, sino la igualdad de las sociedades modernas: países donde todos dejamos de ser pobres, somos iguales ante la ley y dependemos de nuestro esfuerzo para progresar y tener una mejor calidad de vida.

 

El liderazgo de María Corina Machado, por tanto, constituye una rara avis en una oposición empeñada en negar el carácter socialista del gobierno, y encima promover una especie de “socialismo moderno” como respuesta a todos estos años de atraso y miseria. Esto, claro, ha convertido a Machado en blanco del gobierno y también de muchos opositores que le temen y la combaten con tanto y hasta más ahínco del que ponen en la batalla contra el gobierno.

 

Los ataques han ido por la creacion comunicacional de un estereotipo más o menos conocido, en el que Machado es representada como una mujer vacía y banal, “sifrina”, y cuyo único mérito es estar “buena” (María Corina es mujer, es guapa, es profesional y es de clase alta, todo un atentado a los valores demagógicos de tantos politicos venezolanos). También se han centrado en su condición de “radical”, no porque halla promovido acciones violentas y armadas (lo que haría un verdadero radical), sino porque ha dicho con claridad que el chavismo es una dictadura y que el combate en su contra no solo se centra en elecciones, sino también en protestas de calle, movilización social y denuncias ante organismos internacionales de sus ejecutorias. 

 

La última estocada la ha constituido el manejo mezquino y egoista que ha hecho la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de su inhabilitación. Machado no solo debió soportar que el gobierno la inhabilitara con argumentos verdaderamente ridículos, sino que la MUD en vez de ponerse del lado de Machado, aprovechó la situación para quitarse de encima la incomodidad de tener la voz de María Corina de regreso a la asamblea de la que fue ilegalmente destituida hace poco más de un año. La candidatura de Isabel Pereira era una forma de rechazar la inhabilitación y decir contundentemente que el gobierno no es quién decide las candidaturas. Era también la manera de dejar que en la próxima AN estuviera una de las pocas voces opositoras cercanas a la idea de que para salir del chavismo hace falta libertad y no una versión “potable” de lo que ya tenemos. Los políticos de la MUD tuvieron en las manos la posibilidad de rechazar de forma inequívoca la inhabilitación de Maria Corina Machado, y no lo hicieron.

 

Más incomprensible aún resulta la actitud de Voluntad Popular: decidieron birlarle la voz a quien ha sido su principal aliada, amén de una de las figuras que más ha contribuido a poner la mirada del mundo sobre las violaciones a los Derechos Humanos, de las cuales muchos dirigentes de ese partido, con Lepoldo López y su infame prisión a la cabeza, han sido víctimas recurrentes.

 

Esto, por cierto, va más allá de la figura personal de María Corina Machado (al revés, se trata precisamente de vencer el personalismo), innunda también a Vente Venezuela, lo más parecido a un partido liberal entre nosotros. Un movimiento político que promueve ideas de libertad, libre mercado, propiedad privada y tantos otros valores que no son defendidos por ningún otro partido en el país.  Un movimiento al que le negaron una voz que les pertenecía, que se ganaron a pulso y que les ha sido robada de manera artera y baja. La MUD volvió a inhabilitar a Machado y a VV, poco después de que lo hiciera el oficialismo.

 

Es insólito que la MUD y Voluntad Popular colaboren con el sueño de Diosdado Cabello: desaparecer de la AN la voz de Maria Corina Machado y de Vente Venezuela, voces que a veces parecen incomodar más a ciertos círculos opositores que al mismo gobierno.

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