Amistades peligrosas

Por Armando Durán

@aduran111

 

 

 

¿Podía Juan Manuel Santos haber eludido la actual crisis de su gobierno con el sucesor de su difunto nuevo mejor amigo?

  

La verdad es que lo intentó por todos los medios. Tantísimo, que la ex canciller Noemí Sanín llegó a declarar que María Ángela Holguín, más que canciller de Colombia, parecía serlo de Venezuela. Pero ni así logró apaciguar los ánimos “bolivarianos” de Maduro. Su único logro, gracias a su extrema moderación ante los desmanes que ocurrían en la frontera, fue generar la protesta creciente de sus compatriotas y la presión también ascendente de diversos e irresistibles poderes fácticos.

  

Una realidad, su infructuosa nueva amistad con los incómodos vecinos venezolanos, que ahora lo condena al infierno, incluso en la OEA. ¿Recuerdan la historia?

 

El 7 de agosto de 2010, al asumir la Presidencia de su país, las relaciones diplomáticas colombo-venezolanas las había roto Chávez dos semanas antes como respuesta a la denuncia formulada por el entonces todavía presidente en funciones, Álvaro Uribe, de que las FARC mantenía campamentos guerrilleros en territorio venezolano con el visto bueno de Chávez. Fue el desenlace natural de un desencuentro en progreso continuo que se había iniciado en enero de 2005 con el secuestro en Caracas y traslado clandestino a Colombia del jefe guerrillero Rodrigo Granda, que se desempeñaba como “canciller” de las FARC, y que llegó a su punto más delicado el primero de mayo de 2008 con el bombardeo de un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, que resultó ser el de Raúl Reyes, segundo jefe de la organización, quien murió en el ataque.

  

A punto de jurar su cargo, cuando la ruptura de aquel 22 de julio,  Santos, quien como presidente electo visitaba en Buenos Aires a Cristina Kirchner y a su esposo Néstor, nombrado por Chávez secretario general de UNASUR, seguramente recurrió a los buenos oficios de la pareja presidencial argentina para propiciar una reunión urgente con Chávez, en un primer momento con la simple y pragmática finalidad de emplear los argumentos de la vecindad geográfica y la conveniencia política para superar una crisis que no beneficiaba a ninguna de las partes, y luego para que Chávez lo ayudara a hacer realidad su sueño de terminar la guerra con las FARC.

  

El encuentro se produjo el 10 de agosto en Santa Marta y allí Santos y Chávez decidieron pasar la página y restablecer de inmediato las relaciones diplomáticas entre los dos gobiernos.  Tres meses más tarde, el 6 de noviembre del 2010, después de intervenir en la Asamblea de la SIP que se celebraba en la ciudad mexicana de Mérida, Santos se olvido de su pasado personal y político y le declaró a los periodistas que cubrían el acto, que “el presidente Hugo Chávez es mi mejor nuevo amigo.” Luego sostuvo que hasta el encuentro de Santa Marta, es decir, mientras Uribe, mentor de su candidatura, fue presidente, “estábamos en la peor posición del mundo, dos países con una frontera larga, sin relaciones diplomáticas, sin diálogo, sin comercio, y con el peor enemigo del mundo, una guerra, palabra que no existe en mi diccionario.” Chávez le respondió dos días después: “Digo lo mismo, el presidente Santos es mi nuevo mejor amigo.”

  

Fue el inicio de una nueva amistad que condujo a Santos a la complacencia absoluta con las posiciones de Miraflores, por controversiales que fueran, a cambio de que el peso de Chávez influyera en la voluntad de las FARC. Sin tener en cuenta, y esa es la razón de todas sus desdichas, que las amistades nuevas suelen terminar transformadas en amistades peligrosas. Sobre todo, porque no se heredan y porque como bien advierte el diario colombiano El espectador en un editorial reciente, el gobierno de Venezuela es  “una especie de guapetón de barrio: es decir, que cualquiera que opine diferente se convierte en el enemigo.” 

 

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