Desmitificando Monstruos de Sabana

Por Jorge Olavarría

@voxclama

 

 

 

A semanas de las elecciones parlamentarias, sale a la venta otro libro sobre Chávez. “La Conspiración de los 12 Golpes”. Uno más. Y aunque los libros frescos sobre el personaje y su putrefacto legado son habituales, este libro tiene algo particular. La investigación que hace su autora, Thays Peñalver, es –o parece ser,  un asunto personal. Nadie duda o puede negar que Chávez haya sido posiblemente uno de las personalidades de mayor influencia parido en la República de Venezuela. El daño que logró hacer con su personalidad dominante es incalculable. Los beneficios son más conmensurables si acaso porque en gran parte pudieran volverse instrucciones cartográficas, casi un mapa para los venezolanos iniciados en el desatendido arte de la decencia de lo que como pueblo debemos tratar de evitarnos en el futuro. Los ingleses argumentan que el despotismo no tiene posibilidad de remontar hasta las riendas del poder porque los británicos estaban inoculados contra la demagogia revanchista. Por rebote, los norteamericanos se asemejan pero hoy tenemos a Donald Thrump, un demagogo xenófobo y supremacista, ascendiendo en la opinión pública norteamericana. Veremos.

 

El libro de Thays Peñalver es vengador. Pareciera provenir de alguien que, como tantos venezolanos, quisiera caerle a palos a quien nos ha apaleado tan duramente e injustificadamente durante tanto tiempo. Tan es cierto esta premisa que el enano siniestro debutó en la televisión con un programa que con solo el título admite esta indecencia. Pero el argumento de que Peñalver pareciera querer vengarse de quien llegara al poder para vengarse es paradójicamente refrescante. La venganza de la autora es con la verdad, con las verdades que a menudo obviamos.

 

Quienquiera conozca la pluma de Shakespeare, debe acordarle a su pieza “Othello” la trama preponderante de la venganza, y se debe haber preguntado— ¿qué le hicieron a pérfido Yago que meritara tanta maquinación, confabulación, mentira y finalmente no solo la ruina de su enemigo sino la propia?

 

Desde Troya hasta los romances vikingos, desde el Pentateuco hasta el Corán, desde Sófocles hasta Shakespeare, desde Voltaire hasta Gual y España, veos que la concepción de la venganza está impresa en el ADN de la humanidad y es vista como un motor fundamental. Catarsis. Y si son raros y benditos los casos en los que el perdón se sobrepone a la venganza, ¿qué se le puede pedir a un pueblo acostumbrado a escuchar a sus jerarcas repetir el mismo verbo saturado de vinagre una y otra vez, hasta en las cadenas nacionales donde el déspota se iniciaba glorificándose por estar dañando a alguien, perturbando a alguien, haciéndole perder tiempo y dinero a alguien?  Y la audiencia presente gritaba extasiada de hubris.

 

Pero la malaventura con la venganza es que tiene un demoledor potencial multiplicador (a menudo exponencial) tanto para quien alcanza como para quien ejerce. Nelson Mandela en un discurso mencionaba que todo surafricano tenía un pariente o un amigo que había sido encarcelado, torturado o asesinado por el longevo régimen de apartheid y que toda acción o discurso que incitara a buscar justicia, era un paso más hacia una guerra civil en la que todos perderían. Tan nefasta y poderosa es esta peligrosa concepción que desde el comienzo de los tiempos los grandes pensadores han tratado de retirarle a la función del estado el concepto de la venganza. Se le llama eufemísticamente “justicia” “autoridad” “deber” y todos sus corolarios—reclamación, arbitraje, correctivo… pero no es fácil. Quien se hace del poder, sea por el dominio o la predilección, tiene como motor un entuerto pendiente. Aunque con el concepto de “revolución” ya se expresa un revanchismo implícito, los títulos o epítetos de todos los gobiernos e incluso de casi todas las campañas son percepciones vengadoras. Leopoldo con “sí se puede” como remedo del “yes we can!”, María Corina con “Es Ahora!” y más recientemente con “NO+”  -nos hace preguntar, sí se puede, es ahora ¿qué?, NO más, ¿qué?. Ahora bien, del discurso vengativo de Chávez a ningún venezolano le hacen falta recordatorios de su oratoria y sus lemas. De hecho, fue el mismo Chávez quien ungiera como sucesor a un gigante quien mejor coreaba su verbo venático, descartando al enano quien mejor los ejecutaba.   

 

Gladwell expone en uno de libros a dos casos de personas quienes sufrieron el peor horror que puede vivir persona alguna. Dos personajes que en tiempos y lugares diferentes, fueron contactados por la policía para informarles que sus respectivas hijas habían sido halladas muertas. Habían sido violadas y asesinadas. Pasado el tiempo, los dos criminales fueron capturados y sentenciados. Durante toda esta tragedia, la madre de una de las jóvenes se nutrió de su fe en Dios para poder soportar el dolor. Siendo una mujer auténtica, decidió que, pasado el tiempo, ya no bastaba con rezar y debía pasar a la acción. Consiguió, luego de mucho bregar, que le dieran una audiencia en la cárcel con el violador y asesino de su única hija. El otro ser atormentado, un padre, en otro lugar, no se sustentó de preceptos metafísicos sino prácticos. El hombre enfocó su dolor y toda su energía existencias en temas de seguridad, leyes, conductas sociales, conciencia ciudadana, y de opinión pública—asuntos que tenían que cambiar para que estas tragedias no se repitieran con tanta frecuencia.

 

El asesino en la cárcel explicaba las terribles circunstancias de su vida que lo encaminaron hacia la malevolencia cuando la madre le tomó las manos esposadas y con absoluta serenidad y sinceridad le dijo que lo perdonaba. El criminal estalló en llanto. El padre en búsqueda de justicia, también tuvo muchos y variados avances sacudiendo la opinión pública y logrando la atención de jerarcas gubernativos y legisladores que finalmente modificaron leyes, haciéndolas más draconianas. La mujer, sin embargo luego de absolver al asesino de su hija, regresó a su casa en paz. Había cumplido con uno de los preceptos más exigentes del cristianismo. El padre, a pesar de sus victorias legales y sociales, no logró esa serenidad personal y probablemente se convencía que no la deseaba. Siempre la evadirá, permitiéndole a la embriaguez justiciera conservar la voz dominante en su alma cicatrizada por el dolor. 

 

En Venezuela nos tenemos que debatir con contradicciones análogas. La venganza o la indulgencia. De lo contrario, quienes asumieron el legado de Chávez, seguirán mintiendo, culpado a quienquiera, y ferozmente preservando el muro de poder que los protege, hasta que se les venga encima. Estos discípulos privilegiados que asumieron los trofeos inmerecidos del poder pretendiendo estar al servicio de la equidad y la justicia social cuando en realidad estaban obcecados con promesas de compensación y, ante todo contagiados con la venganza revolucionaria, ya saben que el tiempo se les acabó.  El experimento fracasó. Nadie obró para renovar al país, corregir, indemnizar al pueblo, educar, reparar entuertos, encaminar, y si eso sucedió alguna vez en y todos estos aciagos años, fue accidental. Pero el corolario nefasto es que todavía hay venezolanos que creen que las intenciones originarias eran nobles, por ahora; como hubo en el siglo pasado muchos intelectuales dispuestos a justificar el exterminio y la esclavitud como etapas hoscas pero inevitables, etapas que, por ejemplo, le permitieron a la Unión Soviética atrapada en el hueco de la ignorancia, y a la China hambreada, volverse potencias mundiales. 

 

Las evidencias que presenta Thaís Peñalver en su libro “La Conspiración de los 12 Golpes” deben servir para entender tanto daño, tanto tiempo. Es una obra de periodismo investigativo que desmitifica a Chávez, y a diferencia de tantos libros del tema que hieden a erudición, este libro te cuenta cuentos que fluyen, intrigan y sorprenden. Ciertamente, nos narra a un personaje que hartamente conocimos, o que creemos haber conocido; porque poco de lo que nos contaron, y lo que nos contó el personaje quien era capaz de hablar por ocho horas seguidas, es cierto.

 

Al final, quien emponzoñó la fibra social, económica, política y ante todo psíquica de nuestra nación, aprendemos, que no llegó a la cima del poder con un proyecto colectivista utópico irrealizable, o una ideología extranjera que ha colapsado en todas partes, sino que llegó para saciar su primitiva sed de venganza. Y ninguna ideología se presta tan voluntariamente para ese cometido que el socialismo.

Todo lo demás es relleno. Artificial o simulado.

 

Un estado de delincuencia generalizada, de rapacería, impunidad descarada, este estado fallido en la que personajes como Picure y los delincuentes que tienen azotado al país, reclaman el mismo derecho a imponerse y someter a sociedad por la violencia porque tienen como condición original los mismos resentimientos y tirrias sociales que tuvo Chávez para llegar a la cima del poder supremo.

 

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