El renacer de nuestra cultura política

Por Mario Guillermo Massone

@massone59

 

 

 

Si Nicolás Maduro fuera un niño, veríamos al típico malcriado y mala conducta del salón de clase. Un niño carente de generosidad que no presta su juguete sino, más bien, les arrebata los juguetes a los demás niños. Un niño que no respeta las reglas de ningún juego, con tal de ganar. Un niño que culpa a otros de sus faltas y de sus carencias. Un niño que al final se queda solo.

 

Un presidente que se comporta como ese niño, transgrede las leyes y buenas costumbres. Al carecer de límites en su carácter, transgrede los límites de la Ley, de sus competencias y funciones. Transgrede los límites de su mandato. Esta transgresión del presidente se desborda en los demás poderes e inunda la sociedad de arbitrariedad y caos. Reunido con otros como él, la transgresión y el desorden se manifiestan en una experiencia totalizante que termina por agobiar a la gran mayoría de los ciudadanos.

 

La conducta típica del desenfrenado, caracterizada de manera clara por Aristóteles en su Ética a Nicómaco, ha invadido la escena política en Venezuela convirtiendo la praxis en una verdadera despótica. El Estado Racional que es presupuesto de todo régimen político, ha dejado de ser. Un Estado desenfrenado ha desvanecido al imperio de la Ley, siendo este principio -y actitud- el que pone límites al ejercicio del poder, haciéndolo racional.

 

Una mirada general a las leyes dictadas por medio de la habilitante, por ejemplo, denuesta la actividad del gobierno. Pues es una característica común a estas leyes el que actúen como herramientas supresoras de la libertad de todos los gobernados, para entregar la licencia total a quienes gobiernan.

 

Es muy grave nuestra realidad social. La escasez, la inseguridad, la inflación y todo lo demás. Pero estos no son sino resultados. Síntomas. La enfermedad es la del desenfreno en el ejercicio del poder. La conducta ilimitada del poderoso, que por ilimitada, todo lo quiere controlar y todo lo quiere para sí.

 

La mayor gravedad de esto, es que va al tuétano de nuestra cultura y se arraiga como un parásito inmune nuestro sistema de convivencia vital. Porque no olvidemos, queridos lectores, que el ejemplo es el maestro más inmediato del que aprendemos. Aprendemos, antes que otra, por imitación. ¡Y miren cómo imitan los gobernantes del vecindario latinoamericano a nuestros oriundos!

 

De nada o de muy poco al menos sirve tener excelentes leyes, si así lo fueran, y no lo son, si no existen en los ciudadanos las costumbres que se derivan, o deberían derivarse de ellas. Aristóteles, al analizar si amerita perfeccionar las leyes, imperfectas pero que funcionan, sugiere tener cuidado, ser cautelosos, puesto que son más importantes las costumbres ya adquiridas.

 

Pero los venezolanos estamos muy lejos de ello, ya que durante estos años, nos hemos empobrecido en nuestra cultura legal, se ha descapitalizado nuestro patrimonio de justicia. En buena medida, por el mal ejemplo de nuestros gobernantes.

 

El cambio al que aspiramos los venezolanos, ha de partir de un proyecto de educación cívica, es un surgir y un resurgir de las ideas que han hecho florecer a los pueblos en la historia; y no las que los han llevado a la decadencia y destrucción. Estamos en la búsqueda del renacer de nuestra cultura política. Como dice Aristóteles en su Política: “Hay una necesidad especial, pues, en cada régimen, de una educación para ese régimen, de manera que el pueblo de hecho haga lo que la preservación de su régimen requiere”. (1310ª) En nuestro caso, se trata de la educación que preserve una república democrática.

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