La última entrada triunfal del Libertador

Por Jimeno Hernández

@jjmhd

 

 

 

Simón Bolívar hace su entrada triunfal en la ciudad que lo vio nacer en medio de una imponente manifestación de alegría colectiva. El héroe de la Independencia ha vuelto a su primer hogar con el objetivo de apaciguar los ánimos políticos que amenazan con destruir su proyecto de la República Colombiana.  

 

Testigo y cronista de estos acontecimientos es Sir Robert Ker Porter, primer Cónsul de la corona inglesa y encargado de Negocios en territorio venezolano. Este diplomático tiene el privilegio de presenciar el apasionado recibimiento que le ofrece Santiago de León de Caracas a su hijo predilecto después de más de un lustro de ausencia. Ese mismo día, plasma en su diario la impresión que le genera haber presenciado semejante espectáculo.

 

Miércoles 10 de enero de 1827

 

El día despuntó con todo el ajetreo y los preparativos para el triunfo del Libertador al son de tambores y trompetas. El pueblo, de toda clase,  dentro y fuera de sus casas acicalándose, decorando sus ventanas y las calles; haciendo uso de sus prendas más alegres, decorando sus hogares con ramas y palmas entretejidas con flores, las ventanas con trapos de colores, vestido de traje típico con los colores de la bandera nacional.

 

Cientos de personas se ocupaban de adornar los arcos de triunfo que se levantan a una distancia de cincuenta yardas uno de otro, todos con laurel y palmas, algunos drapeados con festones irisados cubiertos de lemas patrióticos sobre los últimos acontecimientos, victorias pasadas de Bolívar y Páez, y vivas a los dos en letras gigantescas.

 

Los militares tomaron sus posiciones a las doce, partiendo de la Catedral y hasta la entrada a la ciudad por la carretera hacia Valencia, se componían de la milicia de los valles, la de la ciudad, y un cuerpo de lanceros del llano. También todos los extranjeros residentes en la ciudad, a caballo o a mula. Todos se dirigían en masa a recibir al héroe. Después de ellos venían los funcionarios municipales y liberales de la ciudad; los colegiados y sacerdotes en sus trajes respectivos, y una infinidad de personas de todas clases, colores e inclinaciones políticas y religiosas, borrachas y sobrias, que se apretaron para presenciar la gloriosa entrada del Libertador.

 

A las dos de la tarde se anunció que Bolívar no estaba muy lejos. Un carruaje pequeño tirado por dos caballos, guiado por un comerciante alemán, los recibió a él y al General Páez, ambos espléndidamente vestidos con sus uniformes más elegantes.

 

El vehículo iba precedido por las autoridades constituidas, rodeadas de oficiales y edecanes, todos a caballo. Después venían los extranjeros con sus estandartes, la caballería voluntaria de la ciudad y multitudes de gente regocijada, gritando ¡viva Bolívar, viva Páez, viva Colombia! Disparando pistolas, escopetas, cohetes y haciendo otras demostraciones de alegría y lealtad o, mejor dicho, afecto.

 

Ventanas y terrazas estaban repletas de damas en sus más alegres y ricas ropas, que les lanzaban flores de todas clases, y derramaron agua de rosas sobre los héroes y los dormanes de sus dorados uniformes. Eran muchas las que lloraban lágrimas de alegría, y el mismo sentimiento rodaba incluso por las mejillas de sus esclavas. Bolívar mantuvo un semblante solemne pero afable, inclinándose ante todos y, de vez en cuando, quitándose el sombrero.

 

El rostro del General Páez era todo admiración. Libre de su responsabilidad separatista y de nuevo relacionado con el Libertador y estando en tan buenas relaciones con él, le llevaba sólo a expresar felicidad en su rostro y, como hermano héroe y segundo del Libertador en mérito y gloria, compartir su triunfo y los gozosos sentimientos del pueblo.

 

La procesión se dirigió a la Catedral donde se cantó un “Te Deum” en su honor, y se pudo observar, al entrar en la Iglesia, una gran lágrima cayendo de sus ojos. En verdad sus sentimientos eran envidiables en el grande e inmortal nombre que se ha labrado.

 

Desde allí caminó hasta su mansión, donde esperaban su llegada parientes y amigos. Entonces empezaron los abrazos.  

 

Bolívar se encuentra en el apogeo de su gloria y esta será su última visita a Caracas. Después de su partida en julio de ese mismo año no volverá a pisar territorio venezolano con vida. Aquellos que hoy lo han recibido en triunfo le prohibirán la entrada a Venezuela después del fracaso de la Convención de Ocaña y la separación de la Gran Colombia.

 

Tan solo tres años después de este día, la noche del 17 de diciembre de 1830, en cama ajena y con camisa prestada, muere el Libertador en la Quinta San Pedro Alejandrino de Santa Marta, su proyecto bolivariano lo acompaña al sepulcro. 

 

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